“Abuelita, ¿cómo haces masa?”
Esa era una pregunta que me interesaba porque me había llegado a fascinar la cocina. A menudo, mi mamá y mi abuelita estaban en la cocina porque eran las cocineras; siempre quisieron intentar tenerme en la cocina para que pudiera aprender. Mi mamá una vez me dijo que tendría que aprender a cocinar si quería estar con un hombre. Fue entonces que le dije que tal vez no me casaría. Tenía razón sobre el matrimonio, pero sabía que encontraría placer en crear una cena deliciosa para mi novia y yo.
Mi pasión por la comida se hizo tan fuerte que me atreví a buscar cómo hacer comidas desde cero. A medida de que mi abuelita buscaba en su mente más anciana y sabia las respuestas, mi mamá preparaba café con leche (a pesar de saber que no era bueno para su diabetes). En el fondo, podía escuchar los ruidos de dos televisores: una de un drama de acción que mi pa veía y otro de una comedia que cautivaba a mi hermano menor y lo hacía reír.
Mi abuelita se sentó enfrente de mí con sus lentes redondos de armazón grueso, vestido floral y suéter porque siempre tenía frío, incluso cuando el sol de Los Ángeles permeaba nuestras ventanas. Al sentarme enfrente de ella esa tarde noche, pude ver mucho de mí en ella: las dos teníamos el cabello negro y liso, piel canela, caras cinceladas, y medíamos menos de cinco pies de altura. En mi abuelita pude ver la reflexión de cómo me veré con cabello entrecano y arrugas que se hunden como cañones con profundidad, vida y supervivencia.
Mi abuelita prospera en mi corazón a pesar de su transformación a un antepasado espiritual. Sus detalles sobre cómo hacer masa hicieron un llamado directo de espiritualidad en mi cocina. Al luchar contra el Alzheimer, lentamente recordó sus días en el campo y cómo hacía su maíz fresco convertirse en tortillas deliciosas. Mi abuelita enviaba a mi papá a venderle a la gente en el pueblo sus tortillas hechas a mano, con su queso de cabra casero, muslos de pollo fresco, tamales envueltos en hojas de plátano, y otros vegetales. Me dijo que se burlaban de mi papá porque vender comida era considerado el trabajo de una mujer, pero que mi papá persistía porque así fue como sobrevivieron.
Tenía hambre de saber más sobre qué había sucedido con su rancho, pero su cara se entristeció. A dicho momento, mi mamá interrumpió con el café con leche para las dos. Se sentó a la mesa con nosotros mientras yo esperaba a escuchar más, pero mi abuelita solo contestó que después de haber perdido el rancho “dejé a tu papá y fui hacia los Estados Unidos para ganarme la vida”. Dijo esto con un orgullo que gritaba tristeza.
“En mi abuelita pude ver la reflexión de cómo me veré con cabello entrecano y arrugas que se hunden como cañones con profundidad, vida y supervivencia.“
Después de haber unido las historias de mi papá, mi abuelita y lo que yo misma sabía de la guerra civil guatemalteca, llegué a mis propias conclusiones sobre lo que pasó. La guerra civil en los ‘80 estuvo en gran parte financiada por la corporación estadounidense United Fruit Company, y con su tortuosa milicia robaron la tierra de la gente por ambición, frutas y verduras y ganado para sacar ganancias. Con vagos detalles, mi papá describe haber perdido su tierra por un incidente en el que tiene que ver un tío borracho. Pero los detalles históricos muestran una realidad diferente: tanto la pérdida de nuestra tierra como la trayectoria de mi abuelita hacia el Norte están en el mismo periodo de tiempo.
Hoy, le rindo homenaje a ella y a todos nuestros antepasados indígenas. Mi alma sí está en mi cocina, cocino comida cultivada localmente y libre de productos animales porque lo asocio con la razón por la cual mi abuelita se fue de Guatemala. Mi abuelita pudo prosperar a pesar del desplazamiento, pero la lucha continúa: ahora nuestra comunidad lain@ está plagada de problemas de salud relacionados con alimentos occidentales. El legado de mi abuelita vive en mis comidas. Aquí, a mi dieta le llaman veganismo, pero sé que está realmente fundamentada en los alimentos nativos de mi familia fundamentada en la sanación, salud y espíritu.
La cronista Jill Contreras, M.A.Ed. (alias Rio) es una educadora de jóvenes que enseña cursos de ciclismo, cocina vegana, excursiones al aire libre y poesía para promover comunidades saludables. Rio terminó hace poco un recorrido en bicicleta de Los Ángeles a Centroamérica, lo que profundizó sus alianzas entre la comunidad trans/queer de color, las raíces, la tierra y uno mismo. La historia de Rio fue escrita durante el taller de CLF (Fundación Chicana Latina) The Power of Storytelling (El poder de tu historia).
What a beautiful story.