A pesar de estas interesantes medidas para silenciar al joven periquito, Lulú sobrevivió el viaje a San Francisco y vivió por muchos años. Aunque Lulú era una mascota de la familia, el ave pareció desarrollar un lazo muy fuerte con mi abuelito.
A mamá le encantaba su cerveza y los Gigantes de San Francisco. Disfrutamos de muchas tardes calurosas de verano durante las barbacoas en el patio trasero con cerveza helada. Llevé a mamá a la Feria del Condado de Santa Clara un cálido mes de julio. Bebimos cerveza, comimos sándwiches de linguica y mazorcas de maíz demasiado cocidas, untadas con demasiada mantequilla y cubiertas con mucha sal.
La abuela María Moreno lo envolvió a él y a sus hermanos menores y partió a una parte del desierto de Arizona donde ella buscaría la dirección de Dios y Tío Tito comenzaría sus lecciones de guitarra con la escoba más cercana. Con el tiempo esa vieja escoba sería sustituida por una guitarra Gibson y muchas, muchas más.
La Gran Migración de Harlingen, de la que Blas Ventura fue una figura prominente e importante, nunca se documentará en ningún libro de texto de historia. Pero aquellos que llegaron al Área de la Bahía, gracias a los esfuerzos de Blas Ventura, y prosperaron en sus nuevas vidas, le deben mucho y deberían recordar a Blas Ventura con cariño y tenerlo en sus corazones.
Mi madre, Manuela Huerta de Matute, nació de padres pobres inmigrantes mexicanos en 1913. Su padre, Albino Huerta, había sido reclutado de Mezquital del Oro, un pueblo muy pequeño en Zacatecas, México, para ayudar a construir los ferrocarriles como parte de la expansión económica del suroeste estadounidense. Era tan pobre […]
La casa de Nana era mi santuario y un mar lleno de muchos recuerdos amorosos. Sus rosas en el patio trasero dieron vida a los colibríes que se detendrían y el árbol de la mora dio a todos los nietos una montaña para escalar.
Al hablar acerca de mi historia, pues es fácil suponer que comienza conmigo; sin embargo, como yo no me hice a mí mismo, mi historia comienza con mis padres.
Ella era fuerte, muchas veces silente, difícilmente regalaba caricias, la interacción con ella era de trabajo en casa y los domingos nos premiaba a mí y a mis 8 hermanos con tortillas hechas a mano y salsa del molcajete,
Ella, mi madre sabía que las madres no pueden solas, que necesitan formar ejércitos de crianza compartida, que el amor se comparte entre los hijos de la tierra, que el amor implica a todos en el cuidado de cada ser humano.