La segunda vez


Nos dijeron que nos dividiríamos en dos grupos. Éramos 25 en cada grupo y que solo caminaríamos un día y una noche y si me anime y nos fuimos otra vez. Parábamos solamente cinco minutos y seguíamos. Todo iba muy bien, pero cuando nos faltaban como tres horas para llegar, nos salieron unos rancheros y nos empezaron a disparar con escopetas. Tuvimos que desviarnos y empezamos a correr. Llegamos a un lugar donde tuvimos que saltar. Era como una barranca y cuando yo salto se volteo una pequeña piedra que pise. Mi tobillo se me quebró. Caí al suelo con un dolor muy fuerte, pero no había tiempo que perder.

Me levante apoyada de un compañero y seguimos corriendo, sin descansar ni parrar, con un dolor tan fuerte que me segaba. Lloraba pues mi dolor era tan grande que hasta la respiración me faltaba. El guía me dio dos pastillas para el dolor, pero creo que eran de droga por que se me calmo el dolor pero todo se me movía. Veía doble pero dos de mis compañeros nunca me dejaron sola.

Como media hora para llegar a donde nos iban a recoger chocamos con un alambrado que no vimos, pues la noche estaba muy obscura y nos dijeron que nos tiráramos al piso. La camioneta se fue. Nos dijeron que nos levantáramos para seguir, pero yo no escuche y cuando me levante veía las sombras de algunos de mis compañeros que iban caminando pero en cuestión de segundos los perdí de vista pues no podía ver bien.

Al sentirme sola, lo único que hice fue ponerme de rodillas y orar. Pues, por un momento me sentía sola y perdida y pedía a Dios que mis compañeros notaran que yo no iba con ellos. Como a la media hora regresaron dos, el guía y otro compañero y empezaron a hablarnos en una clave que nos dieron por si nos perdíamos y al escucharlos, conteste y me llevaron con los demás compañeros también.

Me dijeron que había mas perdidos. Andábamos tan cansados que nos habíamos quedado dormidos. Me reunieron con los otros y ellos se fueron a buscar a los demás. En unos minutos regresaron y nos regañaron. Estaban hablándonos cuando de repente escuchamos el ruido de un helicóptero y vimos una luz muy grande.

Nos guiaron a un pequeño barranco para escondernos con los arbustos que había ahí y cuando corrí me atrape en una planta que se me pego a la ropa y no pude caminar. Pensé ya nos descubrieron. Pero nuevamente la mano de Dios se hizo presente. A punto de llegar la luz a donde yo estaba, cambio su curso, cuando los compañeros salieron.

Empezamos a caminar al lugar donde nos iban a recoger. Yo estaba bien drogada y por fin, como en 15 minutos llegaron por nosotros. Éramos veinti-cinco en una van y por mi mala suerte quede debajo de tres personas. No aguantaba mi pie y no podíamos movernos porque el van se coleaba. En ese momento le llamaron al chofer de la van y le dijeron que iba una patrulla detrás de nosotros, que iban a tratar de distraerla y si lo lograron. Le pidieron al chofer que se saliera en la siguiente brecha para que cambiaran a las mujeres que íbamos ahí. Éramos tres. Nos subieron a otra camioneta, que por si la migra los paraban los hombres podrían correr y yo no. ¡Gracias a Dios! No paso nada.

Nos trasladaron a un llonque y nos dieron un burrito, agua, refrescos y cerveza para el que quisiera. Y luego, luego nos subieron a distintos carros para trasladarnos a otro lado. Éramos como ocho personas que nos trasladaron a Fresno, California.

“No podía creer que ya estaba en Estados Unidos.”

A otro día llegamos como a las 6 de la mañana a un rancho donde había comida, bebidas y podíamos dormir y bañarnos. Yo no traía más ropa pero lo único que quería era dormir. Cuando me fije en mi pie me quite los tenis para meterme a bañar y me di cuenta que traía casi media pierna desde el tobillo a la rodilla morada y bien hinchada.

Lo bueno es que las personas que nos pasaron, pasaron el reporte que yo venía lastimada y en el rancho tenían medicina y me dieron pastillas para desinflamar y para la fiebre porque ya tenía mucha fiebre y desvariaba. Hasta otro día nos trasladaron a nuestros destinos. Yo no podía caminar. Traía mucha fiebre y no podía bañarme porque no había nadie que me ayudara y, para acabarla ni podía hablar. Se me había ido la voz. Quizás por el frio. Salimos a las 11 de la noche del rancho y a las 4 de la mañana me entregaron con un primo que me recibió en su casa. Al despedirme de mis compañeros les decía muchas bendiciones, especialmente a los que me ayudaron y me compraron unas sandalias porque no pude volver a poner mis tenis.

Al llegar a la casa de mi primo, me llevaron a una cama para dormir y desperté como a las 11 de la mañana. Me salí a la yarda y trate de quitarme los calcetines y no pude. Estaban pegados a mis dedos de los pies y con sangre. Me llevaron un sartén con agua de sal para meter mis pies para que se despegaran y cuando pude quitármelos las uñas de mis dedos se desprendieron, quedando pegadas en los calcetines. Llore de dolor y de alegría de ver que ya estaba a salvo.

 

La cronista Marla Tomasa Vargas vive en California. Actualmente está solicitando asilo en Estados Unidos.

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