Peleando por mis hijos


Avise a mis padres que ya estaba en casa de mi primo y que en cuanto estuviera bien empezaría a trabajar. Mi hueso soldó en falso, pues nunca vi un doctor. Así paso un mes y empecé a trabajar en una fábrica de muebles de oficina. Solo dure un mes quince días y me descansaron. Ese día que me descansaron, también mi primo me dijo que buscara un lugar a donde moverme. Su esposa estaba celosa de mí.

Una compañera de trabajo me dejo estar en su casa, si yo hacia el quehacer y la comida como pago, y lo hice. A la quincena me llamaron otra vez de la fábrica y empecé a trabajar. Dure cuatro meses. De ahí busque un trabajo de unas horas en una taquería. Entraba a las siete de la tarde y salía a la una de la mañana. Era difícil encontrar ráete a esa hora. Así estuve dos meses hasta que encontré otro trabajo y ¡gracias a Dios! Me quede. Es una fábrica también de muebles y al año y medio de que llegue pude ir a México a pelear por mis hijos.

Ya rentaba un apartamento sola, pues me junte a rentar el apartamentito con dos personas y al tiempo de dos meses, se juntaron con una pareja y me dejaron sola. Pedía a Dios que me ayudara para pagar mi renta y que no me faltara el trabajo. Me dio la fuerza y fui a buscar a mis tesoros (hijos) que había dejado por año y medio.

Pero la verdad, tenía mucho miedo regresar a México, enfrentar la situación con el papá de mis hijos y mi papá. Para mi papá yo fui una mala mujer por haber abandonado a mi familia. Pero él no sabía la vida que yo había vivido al lado de Macario. Agarre mucha fuerza y decidí pelear por ellos ya que para mis hijos, yo había muerto. Eso les decían a ellos; que yo prefería la vida acá y a ellos los había abandonado.

Recuerdo que llegue al aeropuerto de Guadalajara el nueve de mayo y mi hermana y madre fueron a recogerme. Pasaron por un lado de mí y no me reconocieron. La mujer que había salido de allí, no era la que veían. Recuerdo que ese día como a las dos de la tarde, hice una llamada a casa de mis ex suegros y contesto mi hijo Macario. Le pregunte que que estaba haciendo y me dijo, “-Nada mamá. ¿Cuándo vas a regresar? Ya te extraño. Ven por mí.”

Su voz estaba quebrantada y lloraba. Le dije, “-Hijo, si quieres verme, estoy en casa de mi mamá. Aquí te espero. Vente con cuidado.”

Mi hijo llego con el corazón a todo lo que deba. Al mirarme se echo a mis brazos. Llore y llore. Yo no tenía palabras que decirle. Solo lo abrazaba fuerte. Lo llenaba de besos. Mi hijo tenía quince años. No dejaba de verme y me decía que si yo no lo iba a volver a dejar. Le dije que iba por ellos y a traérmelos a Estados Unidos.

Al pasar como treinta minutos llame a la casa donde vivía el papá de mis hijos con ellos. Contesto mi hijo David. Le dio gusto escucharme y le pregunte qué estaba haciendo. Me contesto, “-Viendo unas fotos tuyas, mami.” Le dije, “-¿No te gustaría verme en persona?”

Me contesto, “-Si mami.” Le dije, “-Ven a la casa de tu mamá Marina. Aquí estoy.”

“Aventó el teléfono y no lo colgó. Podía escuchar que gritaba, “- Papá,  abre la puerta.  Mi mamá está en casa de mi mamá Marina y quiero ir a verla. ¡Ábrele!” También mi hija Paola gritaba, “-¡Ábrele, papi, ábrele!”

La casa de mi mamá estaba a tres bloques. Salí a la calle y podía ver como dos niños corrían por media calle sin zapatos y sin parar, hasta llegar a la casa. Me abrazaron llorando y diciéndome, “-Mamá, mamita ¡regresaste! Te extrañábamos mucho mamá.”

Eran los momentos más maravillosos que pasaba después de un año y medio. Recuerdo que esa noche para amanecer el día diez me llevaron serenata. Fue muy bonito pues aventaban pétalos de rosas. Aun no hablaba con su padre. Hasta otro día, entre palabras, no llegábamos a un acuerdo. No quería dejarme a los niños. Le dije que si no tenía una respuesta en dos días metería un abogado. Le dije que iba por ellos y no regresaría sin ellos. Le pedí que fuéramos a un notario para que me firmara un poder de derecho para sacar a mis hijos del país. Después de pleitos y amenazas, se dio y fuimos a firmar el documento.

Después mi papá me mando llamar para hablar de los problemas de mi matrimonio.  Empezó a regañarme y gritarme. Me dijo de todo menos “Santa.” Que era una mala mujer que abandonaba a mi familia. No creyó todo lo que yo le decía de mi marido. Tuvo que llamarlo para decírselo delante de él. Cuando mi papá escucho todo delante de Macario, casi lo golpeaba.

Al día siguiente salí rumbo a Mexicali con dos de mis hijos. Pues al David lo convencieron para que no se viniera conmigo, que porque su papá moriría si lo dejaban solo. Me dolió dejarlo pero confiaba que en un tiempo estaríamos juntos.

 

La cronista Marla Tomasa Vargas vive en California. Actualmente está solicitando asilo en Estados Unidos.

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