La mariposita


Me llamo María Isabel Barton. Soy de nacionalidad salvadoreña. Ahora tengo ya una doble nacionalidad porque acepté la nacionalidad estadounidense. Mi mamá era una señora buenísima. Paciente, calmada. En la vida, pues, me tocó ser hija única y ella y su familia se dedicaron de por entero a tratar de hacerme una buena mujer.

Estudié en un colegio de monjas. Me gradué como maestra. Trabajé veinticinco años con niños de siete a doce años y después por las circunstancias negativas de la vida mi país se puso congestionado. Empezó una guerra fratricida…..yo ya me había casado. Tenía cuatro hijos y entonces decidí con mi esposo venirnos para los Estados Unidos pensando en hacer un futuro mejor, especialmente lleno de paz para la familia. Llegamos aquí en 1983 con cuatro hijos y seis maletas.

Nosotros veníamos con los papeles legales y todo pero a pesar de eso la vida completamente diferente. Habíamos dejado amigos, trabajos, las casas. Yo dejaba mi madre bien anciana. Y todo eso, pues, fue haciéndonos una nostalgia enorme por el pueblo de nosotros. Sin embargo confiando en Dios y decidiendo trabajar fuerte cada uno buscó como pudo, donde surgir y yo tenía ya dos hijas mayores. Una de ellas estaba allá estudiando en la universidad de El Salvador, pero tuvo que dejarla. Y aquí vino a cuidar ancianos mientras iba al colegio para aprender el inglés.

Después, la segunda hija se inscribió en el ejército y estuvo dos años. Después se pasó a la fuerza aérea. Estuvo otros dos años. Y cuando salió continuó en la universidad y logró tener una maestría y su grado. Lo mismo la que está mayor. Logró realizarse muy duro, trabajando muy fuerte. Pero ahora tiene la satisfacción de ser una de las personas que trabaja en la universidad de Berkeley. Con mucho orgullo y haciendo un papel representando al pueblo salvadoreño convivida. Y los muchachos varones también decidieron estudiar y trabajando duro ya ahora están también con sus posiciones. Siendo unos ciudadanos honorables y demostrando que no venimos a este pueblo a quitar ni a destruir. Que venimos también a actuar y a construir una sociedad digna.

“Y así yo también logré aprender un poco del inglés. No muy a la perfección. Pero sí logré recoger una credencial de maestra y trabajé catorce años con la National Hispanic University. Y ya a esta altura de mi vida me retiré. Y ahora vivo con mis hijos. Bueno un tiempo con uno, otro tiempo con otro, pero me siento satisfecha y ya yo pienso que la oruguita de la mariposa llegó a su término. Voló y de flor en flor hasta que ahora me toca descansar.”

Esa es mi historia de grande rasgo porque la moraleja es que cuando uno quiere, puede. Nada es imposible. Siempre se logra disfrutar de las cosas aunque no plenamente pero y que la huella del país de uno no se olvida nunca porque es un pedacito de la naturaleza de cada uno. El lugar donde nací es un lugar amado por siempre.

Si he regresado quizás unas cuatro veces porque ya no tengo familia allá. Mi esposo vino conmigo y se murió aquí. Muchas veces pienso, voy a volverme de regreso, pero eso quizás es imposible porque mis hijos ninguno quiere volver. Yo todavía tengo mi casita en mi cuidad se llama Santa Tecla. Una ciudad bonita, se llenó con muchísima gente cuando pasó la guerra, porque los lugares atacados venían a buscar refugio a esa ciudad porque allí no había demasiada revolución.

Llegamos a San Pablo, California porque mi esposo tenía familia allí. Ellos nos ayudaron mucho. Nos tenían un apartamentito para nosotros. No teníamos prácticamente nada. Traíamos un dinerito de las propiedades que habíamos vendido. Pero se nos terminó rapidísimo y mi esposo empezó a trabajar. Después mis dos muchachas. Una trabajaba cuidando ancianos, y la otra se fue para el ejército. Entonces, poco a poco fue quedando los dos muchachos pequeños con nosotros. Después cuando el mayorcito de ellos cumplió dieciocho años también se fue al ejército y lo mandaron hasta Alemania. Allá estuvo ocho años. Ya cuando regresó ya era un hombrecito ya formado. Sabemos muchos, fue bien duro. Y nosotros pues si no hubiera sido por la guerra no hubiéramos venido. Estábamos… Podíamos estar bien en nuestro país. Pero la vida es una cosa grande que hay que defender a cualquier precio. Especialmente la de los hijos. Uno hace el sacrificio por grande que sea, no importa. Y así pasó el tiempo.

Hoy los recuerdos a veces los siento gratos, agradables, y disfruto recordando. Pero a veces siento… me indigno y digo: ¿por qué tuvimos que pasar por tanto? Pero, Dios ayuda siempre. También porque eso nos ayudó. Nosotros creíamos mucho en Dios y le pedíamos de todo corazón que nos diera la mano, que nos llevara. Y sí, nos ayudó mucho. Hoy yo me siento muy contenta, realizada porque mis hijos están bien todos, gracias a Dios. Todos regados y casados con diferentes razas. Tengo una que está casada con un filipino, la otra está casada con un americano filipino, un varón está casado con una americanita blanca, y el otro hijo está casado con una americanita negra. Imagínese.

Es una cosa bien buena porque todos son… no tienen mayores problemas en sus casas, trabajo y ya ve los afanes diarios. Pero así, como una pena grande, no, bendito sea Dios. No tenemos. Así estamos. A ver hasta dónde llego porque ahorita ya yo tengo 78 años. Ya estoy llegando a los 80. Ya eso, pues, yo considero una bendición de Dios, el haber llegado a tantos años con tantos sufrimientos. Tengo buena salud. Eso me ayuda. Todavía les ayudo en las casas cuando… depende con quién estoy. Cocino, limpio, lo que necesiten más urgente les ayudo. Y esa es mi historia. La mariposita.

 

La cronista María Isabel Barton compartió su historia en el taller Compartiendo Historias de La Experiencia Latina llevado acabo en la biblioteca pública de Oakland, César Chávez.

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