Corazón oprimido


Esa señora se llama Macaria, la señora que me ayudó. No es que me la haya encontrado. Me la encontré, ella me conocía de antes, pero no conocía a mi esposo. No sabía que me había juntado con él. Ella es hermana de mi cuñada, la esposa de mi hermano.

— ¿Por qué estás viviendo en la calle, y no con tu hermano? — ella me dijo.

— Porque no hay espacio, no hay espacio para que yo viva con él — le dije.

Porque antes yo vivía sola en la sala pero mi cuñada dijo que no podía vivir con él en la sala, que porque ella salía al baño. Que porque quién sabe. La cosa es que me pusieron pretextos, y entonces, pues no podíamos vivir allí.

— Oh, pues váyanse pa’ la casa. Yo no sé por qué no has ido a verme — dijo.

— Porque, pues, yo no pensé que ibas a ayudar.

— ¿Y por qué no? — me dijo.

Y ya me fui pa’ su casa. Me dio cama y cuarto y todo. Con cobija, todo. Y luego, nos consiguió trabajo en el fil, en la fresa. Era muy duro.

“Nunca habíamos trabajado en el fil, ni él, ni yo. Pero, no nos rajamos. Trabajamos.”

Cuando vas a trabajar en la fresa, tú pides aplicación. Pues, tú dices que tú no sabes, y el mayordomo te enseña. Te enseña o pone alguien que te enseñe. Entonces, con dos días que te entrenan, tú ya trabajas. Entonces, primer cheque que agarramos, tratamos de decirle a ella, cuánto te debemos, pues nos daba comida y todo.

— No me paguen ahorita, mándenle dinero a sus hijos, porque de seguro, no le han mandado — dijo ella.

Ya teníamos como dos meses que no, pues no mandábamos. De habernos venido de Tijuana llevábamos como ocho meses, o diez meses. Ya de allí tengo un primo que trabajaba pintando casas, trabaja pintando casas. Para que él le diera trabajo a mi esposo, yo le tuve que dar de comer semanas de que vente a comer.

— ¿Por qué no le das trabajo a Ismael? — le dije.

— Oh, deja que haiga una chanza, yo lo meto — me dijo — Bien, bueno.

Nosotros seguimos siguiendo al fil, mientras había una chanza en la pintura.

— Hace de comer unas gorditas, (tipo como pupusas). Me haces de almorzar unas gorditas, y yo llevo las cosas — me dijo un día que fue.

— Órale.

Y le empecé a hacer de comer, le empecé hacer de comer, hacerle favores de hacerle de comer.

— ¿Cuándo le vas a conseguir a Ismael trabajo? — le decía cada vez que podía.

— Espérate, nomás después ya ni va querer trabajar.

Y pues, llegó el día que, sí le dio trabajo. Se salió él del fil, yo sigue trabajando en el fil. Se fue de pintor, empezó a ganar dinero. Empezó a buscar mujeres. Ya tenía dinero. O sea, ese tipo de hombre mientras no tienen dinero, la esposa es la que está, allí al pie. Ya cuando ellos se sienten que ya agarraron confianza, dinero, vuelven a lo mismo. O sea, pienso que el hombre no cambia. Cuando un hombre te dice, voy a cambiar, es una mentira. Y a veces uno se cree, pero uno. Pues quieres creer que esa persona va a cambiar, pero no.

Pasaron años. Todavía fui a México y ya me traje a los niños. Me traje primero a la niña que no hablaba, y luego al otro niño. Yo me vine con ella a Tijuana, porque es sorda muda, y yo no crucé hasta que ella ya estaba con su papá. Ella cruzó el mismo día que llegó. Ella cruzó en el día, en la mañana temprano. Como a las once, ya me hablaron que ya la tenía él. La sacaron como a las seis de la mañana. Entonces ya en la noche separaron a los que se iban a ir por la línea, y los que por el cerro. Entonces yo a la línea siempre le he tenido miedo. Por qué, digo, me voy equivocar en decir algo. Entonces dijo la señora para los que se van ir por el cerro pónganse acá, y los que se van por la línea, pónganse acá. Yo me puse onde iban los del cerro.

— Usted no se va a ir por el cerro — me dijo el coyote — porque usted, su esposo está pagando por la línea.

— Yo me voy a ir con ellos — yo le contesté — no, yo me voy a ir por el cerro, y si usted quiere cobrarle a mi esposo que fui por la línea, usted puede hacer lo que usted quiera.

Pero yo me voy por el cerro, yo no me voy por la línea.

— Bueno, eso ya queda a su criterio de usted — me dijo.

Allí sí, no me pasó nada. Entonces, crucé en la misma noche, crucé el cerro. Y los de la línea, pues los tardan, porque hasta que hallan una oportunidad y entonces, yo crucé luego, luego. Ya cuando me entregaron en Los Ángeles, me trajeron en una camioneta, y camine igual como siempre, pero pasé. O sea, no me paso nada…

 

La cronista Ma. Luisa Salazár es promotora y de Morelos, México.

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