Ecos de fe


El primer recuerdo que tengo de mi abuela es de cuando vivíamos en el desierto y dormíamos bajo las estrellas en catres con unas cobijas negras que picaban.

Recuerdo escuchar a mi abuela rezar por cada necesidad que teníamos y eso fue algo maravilloso y poderoso de poder ver. Incluso desde pequeña, supe que algo grande estaba pasando.

Me acuerdo de mis tías cocinando en una vieja estufa de hierro. Todos salíamos y juntábamos leña para que comenzaran a cocinar. Las tortillas siempre salían a la perfección junto con cualquier otra cosa que hubiéramos cazado y cocinado ese día. No teníamos juguetes con los que jugar, por lo que los pulmones de conejos se convirtieron en globos y las lagartijas eran nuestras mascotas.

“También pasábamos el tiempo viviendo entre el autobús escolar y el rancho. Nos bañábamos en un río cercano y dormíamos en una gran tienda en camastros cubiertos de esas viejas cobijas negras que pican.”

Me acuerdo que estas personas llamados Fleeman venían de noche y mataban a nuestros cerdos y perros. La abuela y el abuelo siempre acudían al rezo. Un día, camino al río uno de los Fleemen se nos acercó en su motocicleta y atropelló a nuestro perro Tic. La abuela lo recogió y hasta la fecha, puedo claramente escucharla decir “¡En el nombre de Jesús!”. Después, arrojó a Tic en el río y él salió nadando.

Mi abuela me enseñó fe, valentía, compasión, honestidad, y que cualquier cosa es posible en el nombre de Jesús. Aunque a menudo me he desviado del camino en que ella me puso, cargo la semilla que plantó en mi corazón. Y aunque desde hace tiempo mi abuela falleció, puedo escuchar el eco de su voz en mi oído.

A mis hijas, Marquise’ y Legacy, les cuento de su bisabuela; de cómo la recuerdo con un martillo en mano y con los clavos en la boca mientras impermeabilizaban las iglesias o techos. Les cuento del largo linaje de mujeres fuertes que me formaron y de todo lo bueno que hizo la abuela, como cuando vestía y alimentaba a los necesitados en México, lo que me parece era su verdadero llamado. Les cuento cómo predicaba de iglesia en iglesia: tan enérgicamente que incluso de niña hacía que me quisiera parar y gritar: “¡Esa es mi abuela!” Mis sencillas palabras no expresan lo mucho que quise a mi abuela y a mi abuelo y la poderosa influencia que tuvieron en mí.

Cuando me embaracé en 1997 con mi hija menor, los doctores me dijeron después de haber visto el ultrasonido que abortara a mi hija. Su cabeza y cuello estaban rodeados de fibromas y sus pies estaban engarrotados. Me dijeron que le hacía falta oxígeno y que tendría una grave discapacidad. Mi respuesta a ellos fue que “si Dios la quiere, se la llevará”.

Entré y salí del hospital durante meses hasta que un día comencé a entrar en parto prematuro. Recuerdo haber estado sola y con hambre en el hospital. Le pregunté a un doctor que si podía comer algo. Me dijo que no podía porque regresarían más tarde a “rasparme” lo que quedaba. Fue entonces que comencé a tener fe. Fui honesta con Dios y encontré el valor para superarlo. Esa noche, recé sola con Dios. Pedí que cualquier cosa que sucediera fuera en nombre de Jesús. Al día siguiente, los doctores se sorprendieron de enterarse que todavía estaba embarazada.

No hace falta decir que continué con el embarazo hasta su término. Mi hija no tenía nada excepto sus pequeños pies arqueados que pudieron arreglar con cirugía. Le agradezco a Dios que tuve a una abuela que me amaba lo suficiente como para haberme enseñado a rezar. Hoy, leo la biblia e intento cosechar esa semilla en mi corazón. Escucho el eco de la voz de mi abuela reverberar en mi oído. Espero vivir el tiempo suficiente para decirle a mis nietos sobre su tatarabuela y sobre todas sus enseñanzas. Y decirle a mi nieta menor que su nombre, Eco, es en honor a mi abuela y nuestros antepasados, quienes a menudo tienen un eco en nuestros oídos si tan solo nos detenemos y escuchamos…

 

La cronista Diana Franco Madrid dice “soy la tercer nieta mayor de María Moreno. Nací en California de Liliana, la hija mayor de María. Junto con mi hermana Roselinda, hemos trabajado en los campos junto a mi madre y mis tías. Mi madre nos mudó a Chicago donde estuve durante 30 años sin olvidar de dónde provenía. Tengo dos hijas, Magdalena Marquise’ Madrid, nombrada después de la hija de mi tío Abel, quien no vivió lo suficiente como para verla en su adolescencia; y mi hija menor Edd’yana Legacy Madrid, fue nombrada después de mi abuela y nuestros antepasados. Trabajo como encargada de repartición de dosis de medicina en una residencia de vivienda asistida. Supongo que ayudar a otros ¡nos viene de familia!”

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