El motivo


Me llamo Marla Tomasa Vargas. Nací el 16 de diciembre de 1972 en la ciudad de Zamora, Michoacán, México.

Me casé a los 17 años. Mi hijo mayor, Macario Jr., nació cuando yo tenía 18 años. Dos años y once meses después tuve otro hijo, Eduardo, y dos años y ocho meses después tuve al tercero, una niña. Mi niña tenía siete años cuando los tuve que dejar para venir a Estados Unidos. Anhelaba verla cuando me tuve que ir.

Me tuve que ir de México porque tenía una gran deuda proveniente de la operación que tuvo el padre de mis hijos y porque yo acababa de comprar una camioneta pick-up. Con toda esa deuda no podía salir adelante en mi país. Tenía mi propio negocio: vendía colchas, sábanas, sandalias de vestir, joyería de plata y otros artículos como relojes. Sin embargo, lo que en realidad quería hacer era dejar a mi marido porque mi vida era un infierno. Cuando cumplimos cuatro meses casados, mi esposo me empezó a engañar. Busqué el apoyo de mis padres, pero mi padre me dijo que me aguantara, que no podía volver a la casa, que este era un problema común y que no hay hombre que no engañe. Pensé que era normal, que tenía que aceptarlo y aprender a vivir así. Mi marido siguió decepcionandome y yo no quería seguir viviendo así. Dos veces intenté divorciarme, pero nunca firmó los papeles del divorcio. Decidí intentar cruzar la frontera, por lo que le dije que no podía seguir pagando todas las deudas que teníamos y me contestó: “Si eso es lo que quieres, vete”.

Cuando me dijo esto, no lo pensé más y de inmediato busqué a un “coyote”. Estaba decidida a morir en el intento con tal de alejarme del padre de mis hijos;en dos ocasiones anteriores intenté quitarme la vida, pero gracias a Dios que no lo logré. Por eso decidí que la única solución era alejarme de Macario, el padre de mis hijos.

Una semana después, dejé Zamora para irme a los Estados Unidos. Fue muy doloroso dejar a mis tres tesoros, pero lo hice con la promesa de volver en un año. Cuando me subí al autobús, la voz de mi hijita Paola era lo único que podía escuchar: “¡No me dejes, mami! ¡Llévame en tu maleta!, ¡Mami, por favor, no me dejes!” Lo único que pude hacer fue cerrar los ojos dejando caer las lágrimas.

Cuando llegué a la frontera nos dijeron que saldríamos a las cuatro de la tarde del día siguiente. Unas camionetas llegaron y nos llevaron a las colinas. Alrededor de las seis de la tarde empezamos a caminar.

“Lo único que llevaba era un galón de agua, tres soluciones salinas y nada de comida porque teníamos que caminar durante tres días y tres noches. Empezamos la caminata en el desierto de Sonora. El camino fue difícil, triste y muy peligroso. En el camino encontramos restos humanos, ropa destrozada y animales ponzoñosos, pero queríamos cruzar y llegar al territorio estadounidense.”

Después de la segunda noche de caminata mis fuerzas empezaron a debilitarse. Las piernas no me respondían y encima de todo uno de los guías comenzó a faltarme al respeto queriendo acostarse conmigo. Tenía miedo y estaba enojada. Recuerdo haberle contestado que prefería morir que acostarme con él. Me empezó a maltratar y a no dejar que mis compañeros me ayudaran. Hubo un joven que se peleó con él. Él me ayudaba al dejar que me apoyara en él cuando sentía que se me iban las fuerzas.

Era mediados de noviembre; recuerdo que hacía un increíble frío y que también llovía y estábamos empapados. Nos faltaban tres horas para llegar a nuestro destino cuando inmigración nos rodeó. Nos llevaron en helicóptero a un lugar donde había camionetas y oficinas. Di gracias a Dios porque ya no podía seguir: no tenía agua ni solución salina, nada. En la oficina, tomaron nuestras huellas digitales, nombres y todo fue archivado. Nos liberaron en Nogales a las dos de la mañana. Caminamos a la estación de autobuses, nos subimos a un autobús y llegamos a Altar, Sonora, a las seis de la mañana. De allí, me fui a la Cruz Roja porque no me sentía bien. El doctor me dijo que estaba deshidratada y que mi pulso cardíaco era débil. Me dijo que si quería volver a cruzar lo tenía que pensar bien porque correría riesgo. Me aconsejó dejar pasar una semana antes de volver a intentarlo y me inyectó solución salina. Estuve en la Cruz Roja durante cuatro horas.

Regresé a la pensión donde estaban mis compañeros y al día siguiente nos dijeron que intentaríamos cruzar la frontera de nuevo al día siguiente.

 

La cronista Marla Tomasa Vargas vive en California. Actualmente está solicitando asilo en Estados Unidos.

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