La historia que quiero compartir es sobre el aprendizaje, sanación y transformación de mis raíces culturales; de hacer las paces con el haberme ido de mi tierra, rehacer mi vida en los Estados Unidos, y ahora encontrar mi propósito al servicio de la comunidad latina local, y el enriquecimiento de la diversidad cultural a nivel global.
Nací en Buenos Aires, Argentina, en el seno de una familia inmigrante judía de Polonia. Crecí durante el período de la dictadura militar, con la soledad de no pertenecer y la desesperanza de no tener futuro. Me fui de mi país a los 32 años, con pena y sin gloria, con el sueño de encontrar una comunidad en donde compartir mis regalos y talentos.
En 1998 llegué a los Estados Unidos, y aquí las puertas se abrieron para mí. Estudié varios años en Cabrillo College y en la Universidad de San Jose State, hasta dar con un trabajo gracias al cual obtuve la residencia permanente, y la ciudadanía estadounidense en 2014.
Del 2005 al 2015 trabajé como Enlace Comunitario Latino ofreciendo servicios de cuidados al final de la vida y apoyo para el duelo para niños, adolescentes y adultos hispanoparlantes en el Condado de Santa Cruz. Esta experiencia laboral—de mucho aprendizaje, sanación, transformación—fue muy profunda y valiosa a nivel personal, e hizo una diferencia a nivel profesional y comunitario. Mi trabajo fue publicado en un libro sobre la historia del movimiento de hospice, “Cambiando la manera en que morimos” en el capítulo 13 Revoluciones culturales. En el 2014 recibí el Community Hero Award del Community Assessment Project del Condado se Santa Cruz.
Hasta aquí mi historia del “futuro” que supe forjarme aquí. Pero esto no es toda mi verdad, es sólo la mitad de mí.
A partir del 2010 comencé a visitar a mis padres en Buenos Aires, una vez por año, y esto me dio la oportunidad de reconsiderar las razones personales, familiares e histórico-culturales por las cuales me fui, y reconectarme con las partes que había dejado atrás. Así también confronté un dolor que había seguido presente en mi corazón y en mi memoria todos estos años.
En agosto del 2015 fui de visita a Buenos Aires con mi compañero Fernando, quien me hizo una pregunta importante. El me preguntó: como respuesta a la adversidad y hostilidad que yo había sentido al crecer, qué había hecho yo. ¿Qué había hecho yo? Mi respuesta inmediata fue: yo sufrí, hice mucha terapia, y luego me fui del país. Pero no era esto lo que él me preguntaba.
“Al pensar más profundamente, me di cuenta de lo que yo hice desde los 15 años, fue entrar en un camino de auto-descubrimiento, sanación y espiritualidad; un camino de trabajo interior. Fue esta búsqueda y trabajo interior lo que me permitió conocerme a mí misma, sanar heridas de lo que fue y lo que no fue, y encontrar dentro mí recursos y fortalezas que desconocía cuando me fui de Argentina, y hacer realidad mi “sueño Americano.”
Hay una frase del mitólogo Joseph Campbell que dice, “el privilegio de una vida es ser uno mismo.” Tal vez para algunas personas “ser uno mismo” no suena algo difícil, no big deal. Pero para los que crecimos invisibilizados y sin voz, se necesita mucho valor, compromiso y determinación para ser uno mismo—y de esto estoy hablando.
Hoy, a los 50 años, una cosa que aprendí, que quiero compartir, es que la experiencia inmigrante nos ofrece esa oportunidad, que no viene de afuera, un potencial de aprendizaje-sanación-transformación que tenemos por virtud de nuestra historia y experiencia de vida. Éste es in trabajo interior que tenemos que hacer, y una contribución que podemos hacer al bien común. Hablo de reconectarnos con nuestras raíces, una parte nuestra que por un lado puede bloquear el camino hacia nuestro crecimiento y desarrollo; y a la vez puede convertirse en una gran fuerza interior que nos permite construir el futuro que queremos. La tarea es ser auténticamente uno mismo, reclamando el derecho a la auto-expresión para crecer y convertirse en todo lo que uno puede y quiere ser, enriqueciendo así la diversidad cultural, en beneficio del bien individual, de nuestra familia y comunidad local y global.
Creo que es importante contar nuestra historia por tres razones.
Una, hay un sector de la población americana, la clase dominante, sobre todo blanca, que parece no saber sobre el daño que han causado las políticas exteriores e intervenciones imperialistas de los Estados Unidos en los países latinoamericano—lo cual es una de las razones por las cuales muchos de nosotros estamos aquí.
Dos, estos grupos tampoco reconocen el importantísimo aporte de conocimientos, valores y habilidades de trabajo que las comunidades inmigrantes han traído y seguimos trayendo al país.
Tres, y más importante, para construir una nueva cultura local y global que acepte y valore la diversidad cultural, celebrando las diferencias, y fortaleciendo valores de solidaridad, reciprocidad y comunidad.
La cronista Silvia Austerlic nos comparte: Soy una mujer argentina viviendo en Santa Cruz, California desde 1999. Actualmente estoy reinventandome profesionalmente (luego de 10 años de trabajar como enlace latino de servicios de hospice y apoyo para el duelo). Interesada en temas de diversidad e inclusion desde la perspectiva de la educacion popular, el campo de relaciones interculturales, y el trabajo interior.