Que Lio


Estaba viendo The Get Down cuando lo escuché. Hector Lavoe canto y me golpeo con una fuerza  que no podía creer que fueran capaces mis altavoces portátiles chafas de alcanzar. Empecé a llorar mientras veía a los actores bailando lentamente juntos en mi pantalla.

“Qué problema, caballero, en el que me encuentro yo.”

¿Por qué estaba llorando? ¿Qué secreto me ocultaba? Cerre bruscamente mi laptop y cerré los ojos. La pareja latina de mi pantalla flotaba a través del negro sin forma detrás de mis párpados, sólo que esta vez con las caras de mi madre y mi abuelo. ¿Había bailado con ella así compartiendo las alegrías de su carrera como músico cuando volvió a casa del trabajo en la cantina? Viendo bailar a mi mamá a primera vista, seguramente lo pensarías. Su rostro está radiante, su pelo largo y negro se menea detrás de ella como si fueran alas. Sus caderas de taco de viernes por la noche parecen tener imanes que la tiran locamente de lado a lado. Alguien debe haberle enseñado, ¿verdad? ¿En noches tranquilas como ésta? Incluso antes de esta clase de salsa para principiantes del centro comunitario de mediados de mayo, donde la vi bailar por primera vez, realmente la vi, ella debe haber aprendido esta belleza de su padre.

“Y eso si da de pensar.”

No sabía la respuesta. Vi a mi madre en esa clase, pero sólo vi su alegría. No vi su dolor. No vi que los espejos que foraban esa habitación tenían otro lado, un lado de la historia de mi familia que fingíamos no ver. Mi madre y su padre podrían haber bailado, pero bailaron los pasos de abuso borrachos.

“Dios mío ayúdame, quiero olvidar.”

Quiero olvidar, y si quisiera, podría olvidarlo fácilmente. Mi abuelito casi se ha ido, y con él se desvanece su voz. Pero ahora me doy cuenta de que lloro porque necesito saber el dolor en la alegría de mi madre y la alegría en el dolor de mi abuelito.

“Que lio.”

La cronista Alejandra Reynoso es originaria de Whittier (Ca.) dedicada a la familia, graduada de la Universidad de California, en Berkeley.

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