Al crecer sin un padre, nunca sentí que necesariamente me faltaba algo. Tenía un profundo amor por mi madre, mis hermanas y mis hermanos. Podría haber pasado toda mi vida sin conocerlo y apuesto que yo estaría bien.
Había oído historias antes sobre un hombre que había ayudado a engendrar mis hermanos, pero nunca había ninguna imagen presente. La primera vez que me vi obligada a interactuar con él fue simplemente por necesidad. Rápidamente se convirtió en un instante que nunca olvidaría. Mi familia estaba pasando por dificultades financieras y emocionales debido a la enfermedad tacita que mi madre había estado ocultándonos. La única solución que mi madre sabia para alimentarnos era reavivar la relación con el hombre que engendro a algunos de sus hijos.
“Recuerdo que me dijeron que me preparara para ir a conocer a alguien. Montanda en el asiento del pasajero, espere a que mi mamá me llevara a “la casa de un hombre que TIENE que darte dinero” y a esa edad quería dinero, entonces se convirtió en una oferta tentadora.”
Cuando nos dirigimos a donde nos encontraríamos con este hombre, me puse nerviosa. No sabía que esperar. Mi mamá se adelantó a una casa y grito “TONY” mientras tocaba el claxon varias veces. Salió un hombre: corto, de piel oscura y peludo. Definitivamente no era lo que esperaba que fuera mi padre.
Al acercarse a mi ventana, mi madre dijo: “Esta es tu hija”, a lo cual el respondió, “esta no es mi hija, esta fea y gorda”, a la que me detuve. Estaba confundida en cuanto a como un padre podía sentirse así por su hija. Rápidamente respondí con “pues entonces, así si soy su hija, ya que usted está igual”. Quería salir de ahí, no quería volver a verlo, pero mi mamá no se fue hasta que me dio dinero.
Después de conocerlo por primera vez, nuestra relación se llenó de encuentros incomodos. Sabía que necesitábamos dinero y sabía que mi mamá me haría interactuar con él, pero cada vez empeoraba. A veces nos recogía a mí y a mi hermana durante el fin de semana. Traía a mi sobrina favorita para no sentirme tan fuera de lugar.
“Cuanto más lo conocía a él y a su familia, más crecía mi ira por él. Esto finalmente se convirtió en gente diciendo que tenía problemas con papá, pero no tuve un problema con que el fuera mi padre. Con lo que tenía problema era con su arrogancia como padre y su inhumanidad.”
Las historias del dolor que trajo a las personas que amo siempre permanecieron en mi mente cuando estaba en su presencia, siempre esperando que se redimiría a sí mismo, pero nunca lo hizo.
Podría haber pasado toda mi vida sin conocerlo, y habría estado bien. Pero fue el “conocerlo” lo que me hizo querer ser todo lo que nunca pensó que podría ser. Fue por su inhumanidad que me he permitido ser humana.
La cronista Priscilla Montzerrat es una organizadora comunitaria de San Diego, Ca. que se graduó con una licenciatura en Periodismo y Estudios Chicanx.