Me llamo Martha. Mi padre fue un señor de nombre José, pero era más bien un primo. Él fue mi ‘padre’ y mi ‘mamá’ era una tía. Ellos me criaron. Vengo de gente que es muy trabajadora. Mi propia mamá, cuando ella murió, no me di cuenta; tenía yo dos años y por eso digo que mi tía fue mi mamá porque fue la que me acabó de criar. Cuando esto pasó, tenía dos años.
Como mi papá quedó viudo, conoció a una señora que se hizo su pareja. Se la llevó a su casa y me llevó con él; yo tenía dos años.
La señora me molestaba mucho; me castigaba cruelmente y todos los días me dejaba afuera en el patio desgranado maíz todo el día. Mi propio papá no se daba cuenta, pero los vecinos le dijeron todo lo que la madrastra hacía conmigo. Mi papá no creía lo que yo estaba pasando con ella.
No fue sino hasta que un día mi papá dijo que iría a trabajar pero que regresaría a la casa temprano. Y así fue. Se fue a trabajar y al día siguiente regresó como a eso del medio día y me encontró afuera de la casa, bajo el sol y con una canasta muy grande de maíz, yo desgranando con mis manos todas ampolladas.
Hasta que mi papá se propuso de verdad y dijo: No, a mi hija se la voy a llevar a mi suegra. Mi papá me llevó con mi abuela. Es decir que me crié con mis abuelitos el resto del tiempo. Cuando ya estaba más grandecita, cuando tenía unos diez años, regresé con mi papá otra vez. En ese entonces, él tenía un cargo de trabajar en el campo y sacaba mucho cultivo de maíz.
Entonces, mi papá trabajaba en el campo, mi propio papá. Mi papá de crianza fue un primo y mi mamá de crianza fue una tía. Pero mi propio papá –él me peleó y me quitó, como quien dice, a la fuerza de ellos, del poder de ellos. Me llevó y sufrí. Cuando mis papás venían, me regresaba con mis abuelos. Pero siempre fue un pleito. Mi papá me quería tener, pero él me daba mucha mala vida también.
Cuando ya estaba grandecita, como a los diez años, mi papá tenía una cuadrilla de hombres que le ayudaban a trabajar, a sacar la cosecha de maíz, frijol –todo eso. Entonces, yo tenía diez años cuando él me ponía a hacer tortillas y a hacerle la comida a diez, once hombres que yo mantenía en lugar de haber estado en la escuela. No aproveché ese tiempo. Si no hubiera sido por mí misma sería analfabeta.
“A escondidas de mi papá me fui a matricular a la escuela. De diez años me fui a matricular, a escondidas de mi papá. Él se iba a trabajar y mientras él no estaba, me iba a la escuela. En la tarde ya le tenía la comida lista.”
Ni cuenta se daba que yo estaba yendo a la escuela hasta que llegó el día de celebrar el 15 de septiembre y me nombraron para ser cachi porrista de la banda de guerra. Cuando mi papá se dio cuenta él no quiso que yo saliera en ese evento. Entonces vino la directora de la escuela y casi se peleó con mi papá.
–Señor, esta niña se la vamos a quitar del todo a lo mejor porque usted la tiene obligada a trabajar, a mantener a tantos hombres para su cosecha. ¡No es posible! Esta muchachita, le dijo, tiene que aprender a leer y a escribir.
Así le dijo. Desde entonces, mi papá se dio como por vencido y le dijo: Está bien. Que vaya para que aprenda a hacer casa para su novio.
Eso le dijo. Pero, mi papá me dejó.
A los catorce años, empecé a tener novio. Salió un muchacho, pero yo no quería porque mi papá era muy delicado. Yo le decía al muchacho que por favor no me hablara porque mi papá se pone muy enojado, me iba a castigar. Yo me escondía del muchacho, pero él me perseguía. Yo me escondía, me iba por otro camino para no encontrarme con el muchacho. Pero tenía una vecina que hablaba con ese muchacho y le decía que me llevara porque mi padre me castigaba mucho. Llévesela a la casa, le dijo.
Apenas tenía trece años, todavía no había entrado a los catorce.
¡Cómo le dijo que me llevara cuando ni siquiera era mi novio! ¡Cuando que ni siquiera hablaba con él! Me llevó raptada, sin quererlo ni nada. Me llevó con sus papás. Cuando llegamos, su papá le dijo: ¿Qué hiciste? ¿Te trajiste a esta muchachita? ¿No la dejaste criarse? Que crezca.
Él le contestó que no. Le contó la historia.
–El papá de ella mucho la golpea, mejor me la traje.
–Pero está muy pequeña. Cuando cumpla la edad te tienes que casar con ella, le dijo su padre.
–Sí, papá.
Y así sucedió. Nos casamos y me dijo que íbamos a tener seis hijos. Son los que están ahora, seis hijos. Y de seis hijos pasó el tiempo.
Cuando el mayor apenas tenía seis años, empezamos con violencia doméstica económicamente.
Sufría abuso económico y sufría abuso emocional. No me golpeaba, él nunca me golpeó. Pero abuso emocional, sí. Y así fuimos pasándola. Y yo dije: No, tengo que estar con él. Porque como ya nos habíamos casado…
–Hija, tienes que estar con él, me dijo mi tía, la que era mi mamá. Yo pensaba separarme, y mi tía no me recibió y me dijo: No, hija. Tienes tu cruz y no la debes abandonar.
Siempre usó algo de la antigüedad. No me dejó, no me aceptó que lo dejara y yo seguí, seguí. Sí. Hasta tuve seis hijos.
La Cronista Martha nos dice: “Soy abuela de veinte nietos. Soy de Centro América, de El Salvador y estudié corte y confección.” Martha compartió su historia en el taller Lideres Campesinas: Sembrando el Futuro en Greenfield, California.