Mi abuelito era del tipo de persona que está en silencio y es fuerte, no es un hombre de muchas palabras. Mi abuelito, sin embargo, amaba a los animales, en especial a los pajaritos. Su ave más amada era Lulú, que era un perico de Costa Rica que vino a San Francisco con mi abuelita, mi mamá, mis tías y mis tíos mientras mi abuelito trabajaba en Estados Unidos para ahorrar dinero y poder enviarlo a todos los demás para que vinieran a los Estados Unidos. La historia cuenta para hacer que el ave no hiciera tanto ruido al cruzar las fronteras de diferentes países en el camino a San Francisco es que le dieron al ave un poco de alcohol con un cotonete, y después escondieron al ave en el bolso de alguien o debajo del cabello largo y castaño de mi mamá.
“A pesar de estas interesantes medidas para silenciar al joven periquito, Lulú sobrevivió el viaje a San Francisco y vivió por muchos años. Aunque Lulú era una mascota de la familia, el ave pareció desarrollar un lazo muy fuerte con mi abuelito.”
El ave llegó a cumplir más de 50 años de edad, y mis abuelitos eran mucho más grandes que eso por lo que ya les costaba cuidar de ella, así que regalaron a Lulú a otro pariente. Lulú había aprendido algunas frases clave en español con el paso de los años, incluyendo “hola”, “cómo estás”, y “por amor” que era de una canción popular de hace muchos años, y, ¡ por supuesto aprendió el nombre de su querido dueño, mi abuelito Carlos. Hubo un tiempo que mis abuelitos también tuvieron perros y Lulú también desarrolló la habilidad de ladrar como un perro.
Durante uno de los últimos años de vida de mi abuelito, mi mamá había decidido que quería sacar a pasear a mis abuelitos una tarde de verano. Abuelita se negó al principio: “Me siento cómoda tejiendo y sentada, ¿por qué tengo que moverme?”. Mi abuelito, un hombre de pocas palabras, estaba como, lo que tú (mi mamá) quieras hacer está bien. Después de un poco de persuasión, mi abuelita dijo: “bueno, yo también iré. Así que mi mamá y yo ayudamos a abuelita y abuelito a subir a su camioneta y fuimos a almorzar. Nuestro lugar griego favorito estaba cerrado, así que decidimos que lo más apropiado para abuelita sería Panda Express, ya que a abuelita le encantaba ese arroz frito con camarones que tienen. De camino a casa, mi mamá estacionó el auto en Ocean Beach. Como abuelito no podía caminar mucho en ese punto, lo pusimos en su silla de ruedas en la acera que había a lado de la playa y observamos a algunas personas y aves. Abuelita se negaba a salir del auto, diciendo que “no podemos quedarnos mucho tiempo, de lo contrario me voy a perder Sábado Gigante” a pesar de que probablemente era alrededor de la 1 o 2 de la tarde y faltaban muchas horas antes de que fuera hora de que Sábado Gigante saliera al aire, y seguro que ese día sería una repetición. Abuelito, quien no suele ser alguien que hable tanto, tenía los ojos pegados a las gaviotas que volaban sobre la playa. Felizmente decía “mira esos pájaros ahí arriba, parecen tan felices de estar volando”. Comenzó a hablar de cuando tenía cabras como mascota cuando era niño y estaba creciendo en Nicaragua; también nos habló de los perros que solía tener. Estaba contento viendo a la gente caminando con sus perros. Pero en el auto, Abuelita gritaba: “¿Ya terminamos? ¿Por qué seguimos aquí? Quiero ver Sábado Gigante”.
Cuando se trata de los deseos de mis abuelos al fallecer, mi abuelita solicitó que, “mis cenizas sean distribuidas bajo el puente Golden Gate en la bahía”. Cuando mi mamá le preguntó a abuelito, él respondió: “Lo que tu mamá quiera”. El año pasado, después de la muerte de mi abuelita, que era mi última abuela viva, las cenizas de mis dos abuelitos se distribuyeron según sus deseos en la bahía debajo del puente Golden Gate. En el paseo en barco con mi hermana, padres, tío, tías, mi prima y su hija, honramos su memoria. Mientras echábamos las cenizas al agua, dos gaviotas las siguieron por un momento. La primera gaviota volando frente a la otra, ambas alternando para zigzaguear de un lado a otro detrás de nuestro barco mientras veíamos el puente Golden Gate en la distancia. Tal vez eso era una señal de mi abuelito desde arriba, pensamos, así que abuelito y abuelita están realmente en un mejor lugar juntos.
La cronista Kelly es una fisioterapeuta nacida y criada en San Francisco y en Millbrae, y la orgullosa nieta de Carlos Castrillo. Pintura por Domi