Iba a comenzar por el principio, pero creo que debo que comenzar por el final. Se supone que no debo dar a conocer el nombre ni ningún otro rastro que la pueda identificar. ¿Debería decirle a usted que ella es mexicana, pero también indígena de América del Norte y, según sus experiencias, también estadounidense? ¿Debería decirle a usted que es una mujer beneficiaria de una prestigiosa beca? ¿Debería decirle a usted que ella es una persona inspiradora, audaz y valiente? O, ¿debería permitir que permanezca en la oscuridad, donde nadie la conoce ni valora?
Era una mañana nublada cuando desperté para manejar y reunirme con ella. Mientras conducía en la mañana, pensé en las preguntas que iba a hacerle, pero sólo había una cosa que sinceramente podía preguntarle: ¿cuál es su historia? De todas las personas que han recibido becas, la elegí a ella para entrevistarla. En su ensayo, me identifiqué con la profundidad de su historia. ¿Tenía razón de haberme identificado con ella?
Nos reunimos en la cafetería del colegio comunitario. Después de saludarnos, escogimos una mesa para sentarnos y sin titubeos comenzó a responder a mi pregunta. Cuando tenía la edad de 5 o 6 años comenzó a escuchar historias sobre un lugar donde había oportunidades de trabajo y alimento en abundancia. Sin más, su padre se fue a explorar ese lugar pero, volvió un año después para convencer a su madre de irse con él. Durante el año que sus padres estuvieron lejos, ella tuvo que vivir con su estricta abuela. Ella recuerda hacer tortillas a mano y el punzante castigo que recibía cuando no las hacía bien. Después de dos años, ella y una de sus hermanas se irían a vivir a otro estado con su otra abuela; lo último que recuerda de cuando dejó atrás aquel pequeño pueblo donde nació, es de su hermana más pequeña corriendo detrás del autobús donde se fue. Desde entonces, no ha vuelto a ver a esa hermana.
Al vivir en otro estado descubrió una nueva libertad; aprendió el idioma español tan bien que se convirtió en su segunda lengua. Además, se dio cuenta de la violencia que dejó atrás en su pueblo natal.
“Las personas del pueblo padecen violencia física como consecuencia de su cultura y creencias indígenas, los campesinos de los alrededores discriminaban a la gente de su comunidad por cómo se veían, vestían o comían, y por su lengua indígena.”
Dos años más tarde, su padre regresó por su hermana mayor porque sólo había dinero para llevarse a una de ellas; sin embargo, ella le rogó acompañarlos y su padre accedió a llevársela a los Estados Unidos. En el invierno de 2002, se prepararon para cruzar la frontera. Con solo una playera de manga larga, latas de comida en su mochila y un galón de agua en las manos comenzó la travesía de tres días rumbo a los EE.UU. Ella recuerda haber tenido mucho frío y poco tiempo para descansar. El primer día fue como si hubiera sido una aventura. En el segundo día se encajó una espina de nopal en el zapato. De ahí en adelante, no pudo detenerse a descansar (se dio cuenta que había otras creaturas en el desierto y que no era el lugar desolado que aparentaba ser). Se sentió débil. Le dijeron que tenía que correr rápido si la patrulla fronteriza los veía. De repente escuchó “¡Migra!” y de inmediato todos se echaron a correr. Agarraron a la mitad del grupo, pero no a ella.
El coyote los llevó a una casa segura y después se fueron apretujados en un coche. Llegaron a la casa de su tío en Arizona y le dieron una muñeca, que hasta la fecha conserva como recordatorio del viaje que tuvo que hacer para tener una vida mejor.
En Arizona, su familia pizcaba chiles, cebollas, sandías y melones. Cada verano, migraban a California para pizcar chícharos y otros cultivos. Decidieron quedarse en California a causa de la ley SB 1070 y los hostigadores de Arizona. Desde que los 12 años en adelante, ella ha seguido trabajando en los campos durante el verano. Ella está en el proceso de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia y sus padres son sus héroes, por la visión que tuvieron y por los sacrificios que tuvieron que hacer para que sus hijos tuvieran mejores oportunidades. Se dio cuenta que tanto ella como sus padres viven en mundos con perspectivas opuestas, pero está agradecida por la protección que sus padres le han brindado. Han sido estrictos pero, reconoce que son así porque tuvieron que navegar dos mundos muy distintos.
Ella es corredora y está buscando una beca deportiva para poder seguir estudiando después del colegio comunitario. Correr es su pasión, pero también es una metáfora sobre su vida; es una manera tangible de no rendirse y de seguir adelante. Su deseo es ser líder en la comunidad y está considerando estudiar la carrera de enfermería como una manera directa de ayudarle a sus padres y a su abuela en México por cuidarla y quererla.
Ella se preocupa por sus hermanas, en especial por su hermana más joven que lucha con la barrera del idioma. Esta hermana nació en los Estados Unidos y creció sin aprender su idioma de legado indígena. En el hogar, en la escuela y en la comunidad hablan inglés y español; pero, no ha podido tener una formación sólida en ninguno de los dos idiomas, porque los idiomas son nuevos para la gente con la que se comunica.
A veces, compite con su hermana mayor y se ha dado cuenta que así ha obtenido la confianza para hacer las cosas. En su familia, la describen como la más impaciente y apurada.
Para terminar la entrevista, le pregunté cómo cree que la gente la percibe. Su respuesta fue: “Fuerte, alguien que nunca se rinde. Que toda mi experiencia se nota en mi cara”. Que es una académica en forma. “Me siento fuerte, inteligente, con objetivos definidos, dedicada y con determinación. Soy una mujer guerrera”.
La cronista Albertina Zarazúa Padilla es curadora de MiHistoria.net