Cuando yo salí de El Salvador y deje la guerra atrás trate de no pensar en la guerra y no recordarla y me enfoque en construir una vida nueva para mi acá en Estados Unidos y me dedique al trabajo, al estudio. Después vino mi hija y me dedique a ella y parecía que yo había dejado el pasado atrás, pero mi hija creció y fue a la universidad y ella fue la que me ha regresado básicamente al comienzo de la guerra.
Porque por naturaleza propia de su propio corazón, ella estaba interesada.
“Ella quería saber que pasó y empezó a estudiar y a investigar y a preguntar y por medio de ella he vuelto a ese lugar que yo quería olvidar. Hay mucho trauma, mucho dolor, mucha sangre derramada, mucha gente muerta.”
Estaba pequeña, lo recuerdo como que pasó anoche aquí. Hasta los olores de pólvora, de los fusiles, de las bombas, el color de la sangre de la gente, los muertos en las carreteras, mis compañeros de escuela que desaparecieron y jamás, jamás los hemos encontrado. Los desaparecidos políticos no tienen tumbas, no tienen vida, no sé donde están mis maestros que mataron.
Yo me acuerdo haber hecho todas mis tareas en mi escuela. Los exámenes, estudiábamos bajo candela porque no había electricidad por las bombas y no podíamos reunirnos con mis compañeros de escuela a estudiar. Era cada uno aparte con el temor de que los soldados iban a venir a matarnos a media noche, con el temor de que íbamos a ser secuestradas y violadas como muchas habían sido secuestradas y violadas.
Estuvimos tres años en la guerra en El Salvador en la parte peor. Fuimos nosotros los que pudimos salir y venir para Estados Unidos. Pero dejar el país atrás me consta para mantener a la familia porque deje a mi abuelita. Ella no quería venir. Estaba muy anciana. Mis tres abuelos se quedaron atrás y ellos han muerto y nunca pude verlos ya. No sé donde están enterrados. Y deje al resto de mi familia, mi casa, las cosas, el mundo que yo conocía – lo deje atrás. Venir a un lugar extraño donde teníamos mucha esperanza, de recién (es) tan duro.
Yo veía el futuro sin bombas, sin fusiles, sin muertos, sin secuestros, sin tener miedo en la noche. Entonces venir a Estados Unidos, yo pensaba esto no va pasar ahí, va ser diferente. Pero la realidad es que nunca hemos sido bienvenido a este país. Siempre nos ven de menos. No pertenecemos acá. Se nos ataca. Hay mucho odio racial.
El día que salimos era un día con mucha ansiedad. Nosotros tuvimos la gran suerte de poder haber cogido papeles de la inmigración y venir en un avión, lo que hizo que el llegar sí fuera muy seguro. Pero yo me acuerdo en la última memoria, cuando entré a la avión, era – yo tenía una muñeca en mis manos y me acuerdo haberla apretado y cerré mis ojos cuando entré al avión. Y dije – “Yo nunca tengo que ver esos soldados con esos fusiles. En mi vida yo no quiero regresar.”
Esto fue hace más de 30 años y nunca he regresado. Nunca he podido ver a mi país otra vez, a mi familia. Y cuando levanto el avión yo pude ver una vez más a mi país, la costa, los arboles, las montañas. Yo pensé –“Yo jamás voy a regresar. Esta tierra se queda atrás.” ¿Como ha pasado? ¿Como la guerra? Pero me hace falta.
“Yo quisiera ver las flores, volver a probar la fruta, oír la lluvia, oler la lluvia, el pan. Hablar, pasar por los mercados. Ver tanta gente con flores y con colores lindos y sentir el aire de la playa. Quisiera ver eso otra vez.”
Pero al venir acá, fueron ocho horas que yo estaba pensando – mucho en esas ocho horas de viaje. Básicamente fue una transcendencia que no me imagine. En ocho horas aterrizamos en un lugar diferente. En una tierra que no es mi tierra, con una idioma que no es mi idioma. Llegamos a Los Ángeles, pero eso fue en el ‘80 y el minuto cuando nosotros atravesamos por la aduana ellos ya habían cambiado mi nombre. Me habían puesto, de Violeta me habían puesto Violet. Me tradujeron mi nombre y yo lo acepté sin problema porque no pensé mucho de eso. Pero ahora pienso mucho. Es básicamente borrar mi identidad y ahora pienso, ¿como yo recupero mi identidad? Que realmente nunca he tenido, porque a nosotras nos han categorizado de una forma en El Salvador. Nos han robado la parte indígena que nos corresponde. De lo que estamos orgullosos. Pero nos han hecho creer que no existe. Y entonces ahora es la lucha de querer recobrar esta parte de la herencia que tenemos de nuestros antepasados indígenas y para honrarlos y poder mantener esa cultura viva, esa identidad. Por treinta años he estado en este país. Hemos pasado tantas cosas.
“Mi hija me lleva mucha esperanza porque para mí ella me ha devuelto el pasado pero ella lo está llevando hacia al futuro. Ese pasado lo está llevando como un regalo increíble que me ha dado.”
Se parece mucho a mí cuando recién llegué de El Salvador, completamente. Y ahora mi trabajo es hacer todo lo que yo puedo para que ella pueda conectarse de regreso con nuestros antepasados. Para que ella pueda llevar esa memoria y hablar de la justicia que nunca se ha hecho y luchar por esa justicia. Y ver en qué forma y de qué manera las personas que han muerto y han sido desaparecidos por esa guerra y las guerras antes como la matanza del 32, que se logre hacer una justicia y que se pueda llevar una esperanza nueva para la gente que quedó atrás. Que no se olvide. Que no se olvide – lo más importante – y que nunca se repite.
La cronista Violeta contó su historia en el taller Compartiendo Historias de la Experiencia Latina en marzo 2014.