Escribir engrandece el espíritu. Nos libera de una manera intangible.
Mi padre falleció en la víspera de Año Nuevo. Tal vez sea por eso que de niña nunca le presté importancia al Año Nuevo –en cierto sentido tenía una premonición. Escribir es lo que me ayudó a superar su muerte, todos los días escribía, durante más de un año después de su muerte.
“Deseaba que mis palabras flotaran del papel para que él pudiera verlas.”
Quería que leyera acerca de mis aventuras en Londres o de mi visita al Vaticano. Tiempo después, tres años desde la muerte de mi padre, mi madre falleció. Dejé de escribir. En lugar de seguir mi pasión por las palabras, me conformé con ser “responsable” y trabajar de nueve a cinco.
Los dos últimos años me han abierto los ojos. Me he dado cuenta de que tengo que perseguir mi felicidad y encontrar mi pasión – eso es lo que querrían mis padres. He tomado la pluma una vez más para dejar que mis palabras floten hasta donde puedan verlas.
La cronista Rosalinda Hernández nos cuenta, -Soy nativa de Oakland. Soy mexicana-estadounidense de primera generación.