© 2013 Ester Hernandez
Los domingos, cuando no estábamos trabajando en los campos polvorientos y calurosos del valle de San Joaquín, mi familia se arreglaba y se subía a nuestro viejo auto De Soto que parecía una tortuga. Compactados como sardinas, viajábamos casi cuarenta millas a los supermercados mexicanos en Fresno. Con mucho tráfico, la ciudad parecía lejana de nuestra adormilada comunidad agrícola cerca de la base de las montañas de la Sierra Nevada. Para entretenernos, nuestra hermana más grande nos leía libros y nuestro padre nos contaba chistes escalofriantes de niños que se portaban mal.
En el supermercado comprábamos grandes costales de arroz, frijoles y harina que duraban pocos meses. Siendo la menor de cuatro hermanas (a las que después se sumaron dos hermanos), siempre me ponían encima de los costales de harina mientras la familia discutía sobre la calidad del tejido, el color y el diseño de los costales. Con el material nos confeccionábamos bonitos vestidos, cortinas o trapos para la cocina. Es así que ésta fue mi primer experiencia de ‘modelo’ así como al escuchar a la gente hablar apasionadamente (y a menudo al mismo tiempo) sobre la importancia de hacer cosas que fueran tan hermosas como útiles.
Muchos años después, me detuve en un supermercado mexicano en Fresno cuando iba de camino a visitar a mi madre en el campo. Caminando por los pasillos, vi los costales de harina y por poco y me puse a llorar al recordar mi infancia. Mi padre había fallecido hacía algunos años y yo acababa de perder a una de mis hermanas, así que decidí en ese momento que era hora de capturar estos hermosos recuerdos de mi familia.
Siempre me han gustado los hermosos colores y forma de la sandía en rodajas, así que me mostré a mí misma como una niña en un vestido con sandías. En los demás costales que me rodean, pinté diseños de las diferentes culturas que formaron parte de mi experiencia de vida: los indios nativos americanos de California, la cultura japonesa, mexicana y occidental.
En lugar de una muñeca moderna, pinté una figurita precolombina mexicana para reconocer nuestras antiguas raíces indígenas y nuestro vasto legado artístico. Mis primeros recuerdos de estos viajes son de cuando tenía entre tres y cuatro años de edad y desde entonces ya comenzaba a obsesionarme con el arte, así que esta temprana exposición a las conversaciones sobre la hermosura/función, color, forma y textura fueron importantes en mi desarrollo y siguen respaldándome.
Esta pintura es una forma de rendirle homenaje a mi familia porque, si bien teníamos muy poco en términos materiales, teníamos gran riqueza en términos de familia, comunidad y cultura. Como decía mi madre, quien fue una jardinera experta: “puede que no seamos ricos mija, pero tenemos muchas flores hermosas”. Así que, aunque haya sido un humilde vestido de costal de harina, era útil, hermoso y lleno de amor y magia: un rico legado del que estoy orgullosa de ser parte.
Acerca del Artista
Ester Hernández está llena de historias que comparte en sus pinturas al pastel y en serigrafías. Es una artista con base en San Francisco, originaria del condado de Tulare, California. La obra de Ester ha sido reconocida y expuesta en museos y galerías de todo el mundo, desde el Smithsonian en Washington D.C. a Latinoamérica, Asia y Europa. Ester nació en una comunidad que valoró aprovechar ingeniosamente los recursos y recuerda desde pequeña su amor por el arte. Aparte de trabajar en los campos de uva en el valle de San Joaquín, su padre era un fotógrafo consumado y su madre fue una gran costurera que hacía vestidos de costales de masa de harina. Ester se graduó de la Universidad de California en Berkeley, es una mujer muralista y una fuerte defensora de la mujer. Hace poco ilustró el libro para niños titulado Have You Seen Marie? con la escritora Sandra Cisneros.
Para más información sobre esta artista, visite http://www.esterhernandez.com/